Coloquio

Edición Nº27 - Octubre 1996

Ed. Nº27: AMIA: La Injusticia Vive

Por Elimat Y. Jasón

A dos años del atentado

«Cuando el hombre no es justo, cae más bajo que las mismas bestias» (Ley Judía) 
 
Nunca, desde los tiempos del Holocausto, una comunidad o grupo judío organizado había sido atacado tan brutalmente, dejando tan alto número de víctimas, en medio de un reguero horriblemente mixto de sangre, cemento y miembros humanos. El tradicional edificio de la AMIA en la calle Pasteur de Buenos Aires fue demolido por una salvaje explosión nutrida en el terror, dejando tras sí casi un centenar de muertos y más de 200 heridos. 
Es verdad que el olvido es aquella planta que florece a orillas de las tumbas y es verdad, también, que estos dos años han marcado la vida judía, haciéndola más dura, más recubierta de rabia, más difícil. Es como si todos estuvieran a la espera de un tercer atentado. Y, si Benavente acostumbraba a decir que «sólo lo que está bien olvidado puede decirse que está muerto», nosotros podemos afirmar que no hay nada olvidado, pese a los muertos. 
 
El mundo civilizado se conmocionó fuertemente ante una tragedia de tan hondas magnitudes, ocurrida justamente en la misma ciudad donde 28 meses atrás, la Embajada de Israel había sido devastada por una acción terrorista, cobrando también un doloroso saldo de muerte y destrucción. 
 
Ernesto Sábato se preguntó una y mil veces: «¿por qué aquí, en mi tierra, una tierra de tolerancia?» Y, más tarde, agregaba profundamente acongojado: «siento dolor y vergüenza, porque sucede en mi patria, que se hizo sobre la base de la tolerancia de religiones distintas y hasta opuestas…» 
 
No solamente él, sino todo el mundo judío sigue preguntándose hasta nuestros días, dos años después de la catástrofe, dónde están los asesinos, dónde está la justicia, dónde las promesas gubernamentales. 
 
Antes que la AMIA fuera convertida en sangrientos escombros, era el edificio de todos los judíos. Allí se concentraba la vida cultural y teatral, sus numerosas secciones de ayuda social, su orgullosa red educacional en toda la gran ciudad, con sus 71 escuelas judías de primaria y secundaria; su añosa y valiosa biblioteca que almacenaba más de 70.000 libros en ídish y en castellano; su diariamente necesaria Bolsa de Trabajo; sus servicios a enfermos y sus sepelios. Además, sus más de 50 sinagogas y 6 yeshivot, 5 restaurantes kosher, dos estaciones de radio y una de televisión, «alef network». También, el edifìcio de la AMIA servía de sede, en su sexto piso, a las oficinas de la DAIA—la organización techo judeo-argentina—, el Yaad Hajinuj, la Federación de Comunidades Judías y los archivos judíos más importantes del país. 
 
El odio, que siempre nos resulta inexplicable; el soterrado sentimiento antijudío, que deambula libremente en algunos altos e insospechados estratos de la sociedad argentina; la discriminación y el fanatismo, todos ellos factores deleznables, ruines, mezquinos y despreciables, parecieran que hubieran unido sus enloquecidas mentes para confabular la más grande y enar-decida matanza de inocentes judíos después de la Segunda Guerra Mundial. 
 
En un comienzo fue el caos, el temor, el miedo. Hoy somos conscientes que las fuerzas democráticas, las nuestras, son mayores que las fuerzas del totalitarismo, del fanatismo, de la muerte. Tan sólo que debemos unirlas para emprender el combate impostergable contra el terror. Hay, no dudamos, resquicios fascistas en la sociedad argentina y debemos emprender contra ellos una lucha frontal, vencerlos, demolerlos en sus propios reductos criminales para que nunca más la fuerza extraña de la intolerancia y el fanatismo sea capaz de llegar a estas tierras de Latinoamérica y encontrar refugio, colaboración y humillante aceptación para que nuestra sociedad sucumba ante el tullido acopio de dinamita bombas y tumbas.
 
¿Qué sacudió en aquel entonces a nuestros sentidos? ¿Miedo, angustia? ¿O, simplemente, como hasta hoy, rabia e impotencia? En Pasteur 633 perdimos no solamente almas queridas, sino todo el memorial de una centenaria vida comunitaria. Entonces, ¿cómo luchar? ¿Cómo detener la orgía tortuosa y doliente del pavor y la consternación? ¿Cómo reaccionar ante la adulación de la justicia, el entrampado disimulo de vanas investigaciones que conducen a una mayor injusticia aún? 
 
La violencia antisemita y el atropello alucinante de fuerzas extrañas que encontraron, ahora lo sabemos, apoyo en algunos minúsculos y poderosos estratos de la sociedad argentina, sólo podrán ser desmoronadas por la decencia. Ejercer una justicia docente plena de decencia es el deber de los magistrados. Y, nosotros, debemos lanzar al mundo el mensaje incontrovertible de un pueblo que no olvida ni olvidará; no perdona, ni perdonará; que seguirá fiel a la visión valórica de sus creencias, la que nos ayudará a mantenernos unidos y plenamente identificados con nuestra vida comunitaria. 
 
Es tarea ineludible de la dirigencia judía en todas las comunidades el despertar las conciencias aletargadas y decirles que el enloquecido camino del terror no nos desintegrará, sino que nos unirá aún más. Si continuamos unidos, la esperanza no morirá. La tétrica visión de cien años de vida judía devastados debe mantenerse en nuestras pupilas y debemos transmitir el mensaje a las nuevas generaciones. 
 
La muerte y demolición no fue en la lejana Europa sino aquí, en nuestras puertas. No basta, entonces, nuestra fuerza para exigir justicia, para reclamar contra la impudicia y la impunidad; no basta —como nos enseñaba Buber— hablar de Dios, sino hablar con Dios. No basta lanzar al mundo frases gratas quizás, sinceras quizás, y afirmar que todos somos argentinos, que todos somos judíos, que todos somos sobrevivientes. 
 
Nosotros, los judíos, hemos elegido la vida. Y elegir la vida significa registrar en nuestras memorias el espeluznante mensaje del terrorismo internacional. 
 
Se ha empezado el severo camino que nos lleva de la destrucción a la reconstrucción. Dijo un niño argentino-judío: «Los quiero mucho. Espero que la reconstrucción dure menos de lo que Uds. pensaban…» Debemos aprender la lección, proteger y reforzar nuestras instituciones, evitar la vulnerabilidad de nuestra vida comunitaria. Nuestra vida debe seguir adelante, con sus colegios llenos de niños, con sus sinagogas llenas de orantes, con su juventud, con sus estadios y con sus hogares llenos de judaísmo. 
 
No podrá el terror del fundamentalismo islámico detener la vital corriente judía. Ni Irán, ni el Hizballá, ni policías corruptos que, por mías monedas, han mancillado a su institución y, por un odio alucinante, han regado de sangre a toda la nación argentina. 
 
A dos años del horror, no hay perdón ni olvido. Y la esperanza de justicia no se ha disipado aún. Pese a todo.