Coloquio

Edición Nº22 - Septiembre 2013

Ed. Nº22: ¿El fin de la ilusión?

Por Damián Szvalb

El camino hacia la democratización en el mundo árabe

El caos de muerte y destrucción en el que está sumergido Medio Oriente parece haber sepultado las esperanzas democratizadoras que alguna vez, no hace mucho, despertó la llamada “Primavera Árabe”. Así como desde hace tan solo dos años y medio dictadores que habían gobernado durante más de 30 años sus países empezaban a caer uno tras otro, el mundo es testigo ahora de cómo esos procesos de incipiente apertura y pluralismo en el mundo árabe se pulverizan.

Las movilizaciones populares que abrieron el camino para que las autocracias seculares que parecían invencibles y eternas cayeran con la rapidez con que lo hicieron fue una señal contundente de que se podía empezar a recorrer un camino distinto, poco explorado en el mundo árabe. El cambio de régimen debía ser acompañado esta vez por un proceso de apertura política y libertades individuales que permitiera allanar el camino para alcanzar el tan ansiado y necesario desarrollo económico y social.

El vacío de poder que fueron dejando las dictaduras laicas fue la oportunidad ideal para que, a través de elecciones libres, islámicos moderados lleguen al poder y demuestren su capacidad para liderar esta primera etapa de la transición hacia la democracia. Por eso, el fracaso del gobierno egipcio y la brutal forma en la que fue derrocado son una pésima señal. Quienes más se benefician de la actual situación en Egipto y en Siria son los grupos extremistas como los salafistas y los jihadistas, con Al Qaeda a la cabeza.

En esta oportunidad no son factores externos los que están ocasionando esta inestabilidad que se propaga por todo Medio Oriente sino el resurgimiento de largas y crueles luchas intestinas (intra e inter) religiosas y sectarias en cada uno de los países árabes, que estuvieron contenidas pero latentes durante años. El problema principal es que en ninguno de estos países se ha construido una identificación sólida entre Nación y territorio y esto hace muy difícil que todas las partes consensúen y trabajen en un proyecto de país en el que haya lugar para todos. Pesa más la pertenecía sectaria y religiosa que la nacional. Se es sirio-cristiano o sirio-sunita o sirio-alauita mucho más que sirio.

El Iraq post caída de Saddam Hussein fue el anticipo de lo que puede suceder cuando el pie de un dictador deja de aplastar a sus sociedades. El derrocamiento por parte de George Bush hijo abrió un sangriento escenario en el que los distintos grupos que “convivieron” durante treinta años sometidos por la mano de hierro del dictador, se enfrascaron en una feroz guerra civil que ya lleva 10 años.

A diferencia de aquella guerra, en las que las potencias occidentales invadieron Iraq e intentaron implantar por la fuerza la democracia, las gravísimas crisis que están atravesando Siria y Egipto, quizás los dos países más importantes del mundo árabe (por poderío militar, población y por posición geoestratégica) se generaron internamente, de abajo hacia arriba. Por eso nos sirven para entender qué es lo que está pasando en el Medio Oriente ahora.

Cuando la ola de las revueltas populares llegó a Siria, todos los sectores que durante años vivieron aterrorizados por el régimen de los Al Asad, vieron la oportunidad de sacar la cabeza de abajo del agua. Nunca antes, en los últimos 30 años, la caída de la dictadura había estado tan cerca. La reacción represiva del régimen frente a las primeras movilizaciones populares fue atroz. Además, las dudas de la comunidad internacional para involucrarse o no en la disputa y las fisuras dentro de los rebeldes le permitieron a Al Asad permanecer en el poder.

La intervención militar que Estados Unidos y otras potencias occidentales evalúan concretar luego de comprobarse que el régimen de Al Asad utilizó armas químicas contra los rebeldes tendrá un límite: no derrocar a Bashar Al Asad.

Es que el temor de que Siria se transforme en algo mucho peor de lo que es ahora es muy fuerte en la comunidad internacional. La caída del régimen podría abrir un infierno y una guerra civil aún más incontrolable de lo que es ahora. A los odios entre los diferentes sectores hay que sumarle, en el caso sirio muy especialmente, una indisimulable sed de venganza. La crueldad del régimen que gobierna ese país ha quedado marcada a fuego en gran parte de la población.

El Egipto post Mubarak se perfilaba, no sin dificultades, como la experiencia de transición que generaba las mayores expectativas de éxito. Caído Mubarak, se dieron pasos importantes consensuados entre los actores más importantes que quedaron en pie luego de las revueltas de 2011.

Así fue que por primera vez en la historia se realizaron elecciones libres en Egipto y en ellas se impuso Mohamed Morsi, sostenido firmemente por la Hermandad Musulmana. Este grupo fue el que mejor capitalizó las demandas y el descontento popular de las revueltas que tumbaron a Mubarak, construyendo una alternativa islámica moderada no solo en lo religioso sino también en lo social, político y cultural. Pero solo un año después de haber iniciado su gobierno, un golpe de estado liderado por los militares los sacó del poder. Hoy Egipto ha quedado al borde de una guerra civil.

El gobierno de Morsi y de la Hermandad Musulmana fue desastroso. No dieron respuestas en lo económico empeorando dramáticamente la ya de por si pésima situación social, no construyeron puentes con otras fuerzas políticas ni con la sociedad que terminó de sacarle el apoyo de manera muy clara al protagonizar manifestaciones masivas en las calles de todo Egipto.

Ahora los Hermanos Musulmanes no están dispuestos a someterse al poder militar sin antes obtener al menos algo luego de haber perdido todo. Su presidente fue derrocado y está preso, sus líderes religiosos fueron encarcelados, cientos de sus seguidores fueron asesinados y otros miles perseguidos.

Frente a este panorama, Occidente e Israel miran con atención y preocupación lo que sucede en estos dos países. Su mayor temor es que finalmente grupos islamistas radicalizados alcancen el poder en Siria o en Egipto. Si ello llegara a suceder empezarán, más temprano que tarde, a añorar los tiempos recientes en los que tenían como enemigos a dictadores que decían despreciar pero que les garantizaban lo más preciado que puede pedirse hoy en el Medio Oriente: certidumbre.