Ideas

22 de noviembre de 2022 - vaticano

Palabras de Su Santidad Papa Francisco ante el Comité Ejecutivo del Congreso Judío Mundial

El Congreso Judío Mundial sesionó en el Aula del S{inodo del Vaticano y fue recibido por el Papa Francisco en el Palacio Apostólico con motivo del lanzamiento de la iniciativa Kishreinu, la respuesta judía a Nostra Aetate que inaugura un nuevo capítulo en las relaciones judeo – cristianas alrededor del mundo.

Estimados representantes del Congreso Judío Mundial, les ofrezco mi fraterna bienvenida. Le agradezco, Embajador Lauder, sus amables palabras. Esta visita testimonia y fortalece los lazos de amistad que nos unen. Desde la época del Concilio Vaticano II, vuestro Congreso ha estado en diálogo con la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, y durante muchos años ha patrocinado encuentros de gran interés. Nosotros, judíos y católicos, compartimos tesoros espirituales invaluables. Profesamos la fe en el Hacedor del cielo y de la tierra, quien no sólo creó a la humanidad, sino que forma a cada ser humano a su imagen y semejanza. Creemos que el Todopoderoso no se ha mantenido distante de su creación, sino que se ha revelado, no comunicándose sólo con unos pocos aislados, sino dirigiéndose a nosotros como pueblo. A través de la fe y de la lectura de las Escrituras transmitidas en nuestras tradiciones religiosas, podemos entrar en relación con él y cooperar con su voluntad providencial. Compartimos también una mirada similar sobre las cosas finales, moldeada por la confianza de que en el camino de la vida no avanzamos hacia la nada, sino hacia el encuentro con el Altísimo que cuida de nosotros. Un encuentro con Aquel que nos ha prometido, al final de los tiempos, un reino eterno de paz, donde terminará todo lo que atente contra la vida humana y la convivencia. Nuestro mundo está marcado por la violencia, la opresión y la explotación, pero estas no tienen la última palabra. La promesa fiel del Eterno nos habla de un futuro de salvación, de cielos nuevos y de una tierra nueva, donde la paz y el gozo habitarán seguros, donde la muerte será eliminada para siempre, donde él enjugará las lágrimas de todos los rostros y no habrá más luto, clamor ni dolor.

El Señor hará realidad este futuro; precisamente Él será nuestro futuro. Si bien puede haber concepciones en el judaísmo y el cristianismo acerca de cómo se producirá este cumplimiento, la promesa consoladora que compartimos permanece. Alienta nuestra esperanza, pero no menos nuestro compromiso para que el mundo en el que vivimos y la historia que hacemos reflejen la presencia de Aquel que nos ha llamado a adorarlo y a ser custodios de nuestros hermanos y hermanas. Queridos amigos, a la luz de la herencia religiosa que compartimos, consideremos el presente como un desafío que nos une, como un estímulo para actuar juntos. Nuestras dos comunidades de fe tienen encomendada la tarea de trabajar para que el mundo sea más fraterno, combatiendo las formas de desigualdad y promoviendo una mayor justicia, para que la paz no se quede en una promesa del otro mundo, sino que se convierta en una realidad presente en nuestro mundo. El camino de la convivencia pacífica comienza por la justicia, que, junto con la verdad, el amor y la libertad, es una de las condiciones fundamentales para una paz duradera en el mundo. ¡Cuántos seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, son vulnerados en su dignidad como consecuencia de la injusticia que azota nuestro mundo y representa la causa de fondo de tantos conflictos, el pantano que engendra guerras y violencias! Aquel que creó todas las cosas con orden y armonía nos insta a limpiar este pantano de injusticia que engulle la convivencia fraterna en el mundo, aun cuando las devastaciones ambientales comprometen la salud de la tierra.

Las iniciativas comunes y concretas destinadas a promover la justicia exigen coraje, cooperación y creatividad. Y se benefician mucho de la fe, de la capacidad de depositar nuestra confianza en el Altísimo y dejarnos guiar por él, más que por meros intereses terrenales, siempre inmediatos y miopes, marcados por el interés propio e incapaces de abrazar el conjunto. La fe, en cambio, nos hace comprender de nuevo que todo hombre y mujer está hecho a imagen y semejanza del Altísimo, y está llamado a caminar hacia su reino. Las Escrituras también nos recuerdan que podemos lograr poco o nada a menos que Dios nos de fuerza e inspiración: «Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican». En otras palabras, nuestras iniciativas políticas, culturales y sociales para mejorar el mundo -lo que llaman ustedes Tikkun Olam- nunca tendrán éxito sin la oración y sin la apertura fraterna a las demás criaturas en nombre del único Creador, que ama la vida y bendice a quienes la son pacificadores. Hoy, en muchas partes del mundo, la paz está amenazada. ¡Juntos reconocemos que la guerra, toda guerra, es siempre y en todas partes una derrota para toda la humanidad! Pienso en el conflicto de Ucrania, ¡una guerra sacrílega! ¡que amenaza a judíos y cristianos por igual, privándolos de sus seres queridos, de sus casas, de sus bienes y de sus propias vidas! Sólo con una seria voluntad de acercamiento y de diálogo fraterno es posible sentar las bases de la paz. Como judíos y cristianos, procuremos hacer todo lo humanamente posible para poner fin a la guerra y abrir caminos de paz.

Queridos amigos, les agradezco de todo corazón esta visita. Que el Altísimo, que tiene «planes de paz y no de mal», bendiga vuestras buenas obras. Que los acompañe en vuestro camino y los conduzca juntos por el camino de la paz. ¡Shalom!