Coloquio

Edición Nº20 - Octubre 1989

Ed. Nº20: De la “Noche de Cristal" a la “Solución Final”

Por Gerhart M. Riegner Z´L

Traducción del inglés: Pedro J. Olschansky

Damas y caballeros:
 
Nos hemos reunido esta noche para acordarnos de lo que sucedió hace cincuenta años, en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, en Alemania, y cómo la senda que arrancó de la Noche del Pogromo* condujo a la Solución Final. Nos hemos congregado aquí para rendir homenaje a las víctimas y aprender una lección para el futuro.
¿Qué sucedió esa noche?
 
Permítanme enumerar los hechos, desnudos, tal cual los mismos surgen de los documentos oficiales nazis1. 
 
• Alrededor de 30.000 judíos fueron arrestados y enviados en su mayoría a los campos de concentración de Buchenwald, Dachau y Sachsenhausen;
 
• 91 judíos fueron asesinados y muchos centenares adicionales perecieron después de haber sido internados en los campos;
 
• 267 sinagogas fueron incendiadas o destruidas;
 
• 7.500 locales de comercio fueron destruidos o saqueados;
 
• Casi todos los cementerios judíos fueron profanados con vandalismo;
 
• Se quemaron 177 edificios residenciales.
 
• Se causaron daños materiales que sumaron muchos centenares de millones de reichmarks;
 
• Decenas de miles de vidrios de ventanas fueron rotos, y el daño emergente de solamente esto erogó un monto de 6 millones de RM.
 
• Un impuesto de mil millones de RM fue impuesto a los judíos de Alemania en su conjunto como multa por lo sucedido y el Reich confiscó los resarcimientos de los seguros.
 
Estas son las cifras desnudas de lo que sucedió aquella noche y al día siguiente.**
 
¿Cuál fue la causa de esos horribles sucesos?
 
Esos sucesos no tuvieron precedente, ni siquiera en la historia del Nacional Socialismo hasta entonces.
 
Según la Ley de Expatriación adoptada por Polonia en marzo de 1938, todos los ciudadanos polacos que hubieran vivido más de cinco año en el extranjero eran pasibles de que se les privara la ciudadanía. En octubre de 1938 los judíos polacos que vivían en muchos sitios de Alemania fueron convocados al consulado de Polonia para someter a inspección sus pasaportes, y aquellos comprendidos en la aplicación de esta ley tuvieron prohibida su futuro ingreso a Polonia. En consecuencia, a fines de octubre, cuando la Gestapo expulsó a decenas de miles de esos judíos polacos y los transportó en camiones a la frontera polaca, los polacos les rehusaron la entrada. Sobrevino una situación sumamente escandalosa: millares de judíos polacos languidecían muriéndose de hambre y de frío al aire libre durante días y más días sin fin en la frontera. Entre ellos estaba una familia apellidada Grynszpan que durante 27 años, desde 1911, había residido en Hanover.***
 
Facsímil del histórico telegrama recibido en Estados Unidos por el Congreso Judío Mundial desde su oficina en Ginebra, en el cual Gerhart Riegner denunció el Holocausto.
 
A la postre las autoridades polacas cedieron y la mayor parte de esos refugiados pudieron reingresar a Polonia. La hija de la familia Grynszpan, Berta, envió una postal a su hermano Herschel, quien estaba en París, en la cual le describió los horribles padecimientos que habían soportado. Entonces Herschel, un muchacho de 17 años, decidió, como gesto de protesta, ir a la Embajada Alemana en París y pegar un tiro a un miembro de la misma. Y así, el 9 de noviembre, ultimó a Erast Vom Rath, un funcionario de baja categoría, en el despacho de este último situado en la Embajada Alemana en París.
 
Durante la noche del 9 de noviembre, los líderes del Partido Nazi se congregaron para una reunión de camaradería de veteranos en la Municipalidad Vieja de Munich. Allí, Goebbels brindó informes sobre desórdenes e incendios de sinagogas que habían ocurrido en Hessen y Anhalt como reacción por el asesinato de Vom Rath Goebbels les hizo saber que el Führer, tras haber sido informado por él de los sucesos, había decidido que los desórdenes no serían instigados por el Partido, aunque “en tanto los mismos estallen espontáneamente, nosotros no nos vamos a oponer”.Todos le entendieron: el Partido no debía aparecer nominalmente como el instigador aunque, en realidad, tendría que organizar y llevar a cabo todos los detalles. Y así sucedió2.
 
Veamos cómo se desataron las acciones “espontáneas”: el 9 de noviembre, Heydrich, jefe de la Policía de Seguridad, envió un telegrama expreso a todas las comisarías. He aquí el texto: “Debido al asesinato del consejero Vom Rath en París, son esperadas manifestaciones contra los judíos en todo el Reich durante el transcurso de esta noche del 9 al 10 de noviembre de 1938”. Y Heydrich acompañó instrucciones sobre lo que estaba por suceder3. Heinrich Müller, jefe de la Gestapo, telegrafió el 9 de noviembre a todas las comisarías: “Muy pronto se producirán en toda Alemania acciones contra los judíos, en especial contra sus sinagogas. No deben ser molestadas4.
 
Finalmente, permítanme citar una conversación telefónica entre un Standarte de la SA en Wesermünde y un Sturmhauptfuhrer de la SA en Lesum:
 
A: ¿Ud. ya recibió sus órdenes?
 
B: No.
 
A: Alerta roja de la SA en toda Alemania. Medidas de represalia por la muerte de Vom Rath. Cuando caiga la noche, no deben quedar judíos en Alemania. También deben ser destruidos los comercios judíos.
 
B: ¿Qué es lo que debe sucederles a los judíos?
 
A: Aniquilación5.
 
Aniquilación
 
Esta fue la primera vez que oímos tal palabra. El miembro ordinario de la SA la entendió perfectamente.
 
Lo que sucedió en Alemania en aquellos días fue una señal. Desde la misma quedaba en claro adónde llevaba el camino. El mundo estaba conmocionado y horrorizado, pero no reaccionó. En esos días yo estaba en mi despacho de la oficina en Ginebra del Congreso Judío Mundial, y publiqué un boletín de noticias en francés sobre el pogromo, que insumió seis carillas completas de tamaño oficio.
 
Advertí en ese informe que la Noche del Pogromo era una señal, pero no el principio.
 
El principio podía ser leído en el Mein Kampf, según el cual Judá es la peste del mundo. Allí está escrito que el judío quizás sea una raza, pero no es humano. Que los judíos son la imagen del diablo reflejaba en el espejo. El principio podía ser leído en la plataforma del Partido Nazi, donde el pueblo judío era el chivo expiatorio de todo lo malo del mundo -responsable del comunismo, del socialismo y del liberalismo, de toda la pobreza y de toda la riqueza- y en la cual el objetivo principal era la destrucción de los judíos.
 
El principio fue el Día del Boicot, el 1° de abril de 1933, cuando piquetes del Partido se apostaron ante todo establecimiento y negocio judío, ante el consultorio de todo médico judío, ante el bufete de todo abogado judío, impidiendo el acceso a los mismos.
 
El principio fue el lanzamiento de la legislación antijudía en los primeros meses del ascenso al poder, con la exclusión de los judíos de todos los puestos públicos y de una cantidad de profesiones.
 
No es cierto -como escuchamos que se dice con mucha frecuencia- que recién nos enteramos de esos horribles sucesos después de terminada la guerra. Cuanto yo me fui de Alemania, en mayo de 1933, a los 21 años de edad, ya sabía yo de los campos de concentración de Oranienburg y Sachsenhausen. Sabía yo de la cámara de torturas de la Gestapo en los sótanos del edificio que había pertenecido al diario RoteFahne (“Bandera Roja”). Yo ya sabía quién era el responsable del incendio del Reichstag. El l9 de abril se me había suspendido en mi labor de referendar en el tribunal de distrito de Berlín donde ejercía. Ese mismo día mi padre fue suspendido en sus funciones de abogado. Mi hermana mayor, maestra en una escuela primaria de Fráncfort del Meno, perdió su empleo. Mi hermana menor, quien todavía cursaba la primaria, fue expulsada de la misma. Sólo no fue molestada mi madre, que en esa época no trabajaba fuera de casa. La vida de una familia entera había sido desquiciada en apenas un solo día. Y para postre de esa jornada, nosotros (los únicos judíos de ese barrio), fuimos acosados durante veinte minutos por hombres de la SA que se congregaron ante el chalet que alquilábamos, gritándonos “Juden raus, Juden rausf” (“¡Fuera, judíos!”). ¿Acaso era posible no interpretar cabalmente todo eso?
 
Me acuerdo cómo en la noche anterior a mi partida, en una reunión familiar en la que vi por última vez a viejos amigos y parientes, les rogué durante horas: “¡Por lo menos, envíen a sus hijos fuera del país! ¿No ven que esto es el final de la judeidad alemana?”
 
Todavía puedo recordar mis palabras con toda exactitud. Naturalmente que yo no sabía, ni podía prever, que todos los judíos iban a ser asesinados. Pero el hecho de que ya no iba a haber en Alemania una existencia que valiera la pena para los judíos, estaba meridianamente claro para mí, lo mismo que mi convicción de que los nazis no iban a variar su curso fanático. Fue una gran tragedia el hecho de que la mayor parte de la gente no se percató de esto, que no atinaron a reconocer que se había acabado el imperio de la ley y que el Estado estaba regido por otras leyes. Ellos creían que el fenómeno era transitorio.
 
Y entonces vino 1935 con sus Leyes de Nuremberg que despojaron a los judíos de sus derechos civiles, marcando el comienzo de su exclusión definitiva de la vida económica del país. Y comenzaba el capítulo de la “arianización”, uno de los más espantosos de todo el período, en el cual miles y miles de personas, desde las mayores firmas hasta las más insignificantes empresas individuales, rapiñaron a saco la propiedad judía y trataron de echar mano a lo que pudieran y al precio más bajo posible, y a veces gratis. La exacción era el orden del día.
 
Y entonces sobrevino la Noche del Pogromo, culminación del proceso. Sin embargo, se necesitaba una guerra para ejecutar plenamente el programa antijudío.
 
Permítanme relatarles cómo yo viví este desarrollo desde mi oficina de Ginebra, que se había tornado en una de las más importantes atalayas del destino de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
 
Desde la iniciación misma de la guerra, durante la campaña en Polonia, terribles atrocidades se perpetraron en Prusia Occidental. Miles de judíos fueron asesinados en Posen y Bromberg. Los “Libros Blancos” de varios gobiernos informaron sobre esos sucesos con mucho detalle.
 
De fines de 1940 a mediados de 1941, noticias terribles nos llegaban esporádicamente. Los judíos de Polonia, que sumaban millones, eran arrojados dentro de ghettos sellados del mundo exterior. Los alemanes hicieron el primer “reasentamiento” en Lublin. Comenzaron las deportaciones desde el Reich. Llegaron informes sobre fusilamientos en los ghettos y hambrunas indignantes, puesto que se distribuían a los judíos raciones “especiales” de hambre. Y cuando empezó la campaña rusa, en el verano de 1941, pronto recibimos terribles noticias de las atrocidades que se cometían en el Este. De varias fuentes nos enteramos que en el frente oriental se producían ejecuciones masivas de judíos. Allá 10.000, allá 5.000, en aquel otro lugar 20.000. Los informes se siguieron multiplicando.
 
En el otoño de 1941 empezaron a llegarnos informes de experimentos que consistían en inyectar a judíos diversas sustancias. Venían informes sobre el desarrollo de camiones diseñados para gasear judíos. AI principio uno no podía creer en semejantes versiones, pero pronto las mismas se incrementaron. Mas pese a todo esto, todavía no conocíamos la orden de exterminio.
 
En octubre de 1941 escribí una carta a Nahum Goldmann, quien estaba en Nueva York, informándole de las espantosas noticias provenientes del Este. “Si esto continúa -le hice saber- muy pocos judíos sobrevivirán la guerra.”
 
Permítanme ahora interrumpir mi relato, para recordarles qué es lo que estaban haciendo los líderes nazis, según lo que ahora sabemos.
 
La decisión de exterminar a los judíos debe haber sido tomada al comienzo de la campaña en Rusia. El 31 de julio de 1941 Goering envió una nota a Heydrich para preparar todo para la “Solución Final” de la Cuestión Judía. Las formaciones de exterminio estuvieron listas para actuar en el frente oriental desde mayo de 1941. El primer campo de exterminio fue Chelmno y comenzó a funcionar en diciembre de 1941, seguido por Belzec y Sobibor. El primer gaseamiento en Auschwitz tuvo lugar en setiembre de 1941, aunque todavía en forma experimental. La Conferencia de Wannsee, a fines de enero de 1942, movilizó a todos los ministerios y reparticiones del Reich para la “Solución Final”. El transporte masivo hacia el Este comenzó en marzo de 1942. Treblinka empezó a funcionar el 23 de julio de 1942. De acuerdo a una carta que Himmler envió a Heydrich en abril de 1942, Hitler había decidido la ”Solución Final“ y había hecho responsables del éxito de la misma a Himmler y Heydrich.
 
Ahora sigo con mi relato de cómo todo esto que sucedía llegaba hasta nosotros. En marzo de 1942 un colega de la Agencia Judía, Richard Lichtheim, y yo, decidimos como representantes del Congreso Judío Mundial presentarnos al Nuncio Apostólico en Berna para apelar ante el Vaticano que el mismo tratara por lo menos de que se pusiera punto final a ese proceso en los países católicos, donde había sacerdotes en posiciones gubernamentales de poder. A pedido de nuestros interlocutores, presentamos un memorándum en el cual enumeramos, país por país, lo que conocíamos acerca de la situación judía en países católicos. Las expresiones “liquidación de todos los judíos” y “exterminio” figuraron repetidas veces. Nada que no fuesen esos objetivos podían pretender las medidas que se habían adoptado en esos países. El memorándum de marras lo presentamos seis semanas después de la Conferencia de Wannsee6.
 
En junio de 1942 el gobierno polaco en el exilio, refugiado en Londres, publicó un informe del (movimiento judío laborista) Bund, según el cual ya habían sido ultimados 700.000 judíos. Poco después el Congreso Judío Mundial convocó una conferencia de prensa en Londres, donde anunció que ya sumaban más de un millón las víctimas. Esta fue la primera vez que se publicó en la prensa una información al respecto. Hasta entonces, la prensa nada había publicado sobre la persecución a los judíos.
 
Fue a fines de 1942 cuando vino de Alemania el primer informe auténtico de fuente germana acerca del plan para la aniquilación completa de los judíos de Europa.7 Un gran industrial que tenía acceso a la sede de Hitler, vino a Suiza e informó que se estaba debatiendo un plan para deportar al Este toda la población judía de Europa, que sumaba de tres y medio a cuatro millones de almas, con la finalidad de darles muerte. Lo que estaba en debate era el método para matarlos. Se mencionaba al ácido hidrociánico (el gas cianido, utilizado para el exterminio, fue producido en base al ácido hidrociánico). El mencionado industrial alemán relató todo esto a sus amigos de negocios en Suiza para aliviar su propia conciencia y para que advirtieran a los judíos. Estos amigos suizos informaron al secretario de prensa de la comunidad judía suiza, Dr. Benjamín Sagalowitz, quien me anotició inmediatamente del asunto, puesto que se trataba de algo que concernía mucho más allá de las fronteras de Suiza.
 
Seis semanas después el citado industrial alemán vino por segunda vez a Suiza e informó que ahora estaba persuadido de que ya no se trataba de un plan en el papel, sino una política que se estaba llevándose a cabo.
 
El industrial de quien hablamos era Eduard Schulte, director gerente de una de las mayores empresas mineras, con 30.000 trabajadores. Los historiadores sostienen que sus fuentes de información habrían sido Hanke, el “gauleiter” de Silesia, o un primo que trabajaba en el contraespionaje bajo las órdenes del almirante Canaris. Schulte jamás reveló cómo se había enterado, y no puede desecharse que haya habido una tercera fuente.
 
Damas y caballeros:
 
Hoy día sabemos qué sucedió. Pero en aquel tiempo, cuando recibí las informaciones, me insumió dos días y sus noches convencerme a mí mismo de su veracidad. Pese a todo lo que ya sabíamos -y nosotros, en mi oficina de Ginebra, ciertamente sabíamos más que la gente en la calle- éste era, sin duda alguna, un conjunto de noticias atroces. ¿Y si se trataba de desinformación, o sea de versiones falsas presentadas astutamente como verdaderas? Naturalmente, efectué pesquisas acerca de la veracidad del industrial en cuestión, y constaté con certeza absoluta que este hombre era una fuente perfectamente confiable.
 
¿Por qué me convencí de que las versiones eran reales, al revés de muchos otros que recibieron esta información más tarde? Había tres razones principales para ello:
 
1. Hitler ya había proferido amenazas de que haría esto, en numerosas ocasiones y en forma pública. En sus discursos del 30 de enero de 1939,30 de enero de 1941 y 30 de enero de 1942 (siempre en el aniversario de su ascenso al poder) había advertido y amenazado: “Esta guerra acabará con la destrucción del pueblo judío en Europa”. Anteriormente, no se había tomado en cuenta seriamente a su Mein Kampf y las amenazas contenidas en su texto. ¿Había que repetir ese error por segunda vez?
 
2. Una horrenda ola de arrestos se había producido en los días 14 y 15 de julio de 1942 en toda Europa occidental. En Amsterdam, Bruselas, Amberes, París, Lyon y Marsella, decenas de miles de judíos fueron súbitamente detenidos y despachados a la deportación. Se dio salida a los primeros trenes de esos deportados, rumbo al Este. Nosotros conocíamos, desde mucho tiempo atrás, de la deportación de los judíos de Berlín, Viena, Praga y otras áreas de Europa oriental y central. Pero nadie entendió por qué esa ola de detenciones en Europa occidental se había producido tan repentinamente. Las noticias aportadas por Schulte hicieron que todo aquello encajara. Se hizo claro qué había detrás de todo eso.
 
3. Yo estaba convencido de que los nazis eran capaces de hacer aquello. Mi conocimiento ancestral de Alemania, además de mis experiencias con los nazis, desempeñaron un rol clave en llevarme a esa convicción. Su brutalidad y fanatismo no eran novedad para mí. Yo ya los había visto en las calles el día de su ascensión al poder, en el Día del Boicot y en otras ocasiones. Me acordaba de los sucedido en las elecciones estudiantiles de Freiburg im Breisgau y de Heidelberg en los años 1929 y 1930, en las que participé (en Prusia tales elecciones estuvieron suspendidas durante un largo período puesto que los nazis habían obtenido mayorías abrumadoras), en las que nosotros, los estudiantes republicamos, enfrentamos el terrorismo de los estudiantes nazis. Yo me acordaba cómo los nazis nos daban caza a los estudiantes y profesores judíos -estoy hablando de los años 1930 y 1931, mucho antes de que ascendieron al poder- en las aulas y corredores de la Universidad de Berlín, con porras de goma, y cómo nosotros teníamos que saltar por las ventanas para no ser golpeados.
 
Decidí, por consiguiente, transmitir esas noticias a los estadounidenses y los británicos -Rusia Soviética no tenía representación en Suiza- y visité sus consulados el 8 de agosto de 1942. Hice tres peticiones: que ellos informaran a sus respectivos gobiernos, que sus servicios secretos investigaran directamente estas noticias, y que cursaran un telegrama mío al presidente del Congreso Judío Mundial, Dr. Stephen Wise, en Nueva York y también al presidente de la Sección Británica del CJM, en Londres, quien era el diputado laborista al Parlamento, Sydney Silverman. Las legaciones en Berna transmitieron mis noticias a Washington y Londres.
 
Pero nadie las creyó. El Departamento de Estado norteamericano se rehusó a cursar el telegrama al Dr. Wise “debido a su carácter manifiestamente inconsistente”. El gobierno británico envió el mensaje al diputado laborista Silverman -diez días después-, pero habló de “rumores extravagantes nacidos del temor judío”, y no consideró seriamente el asunto. Sumner Welles, subsecretario de Estado en el Departamento de Estado, en Washington, prohibió la publicación (luego que Wise fue informado por Silverman) hasta que el asunto pudiera ser verificado. El Vaticano fue informado, y también todos los gobiernos. Ellos tampoco lo creyeron. El Vaticano dijo que ciertamente poseía informes de maltrato a los judíos, pero no podía confirmar su exactitud8. Benes habló de provocación alemana. El embajador soviético Maiski fue el único que avaló credibilidad a las noticias.
 
Nosotros, en Ginebra, por consiguiente nos pusimos a investigar en pos de obtener corroboración de otras fuentes. Y la obtuvimos durante los meses de agosto y setiembre de 1942, en cantidades crecientes.
 
Primero, recibimos dos cartas desde Varsovia, escritas afuera de los ghettos, y dirigidas a una organización de ayuda judía ortodoxa. Estas cartas informaban, con una redacción algo velada, la deportación diaria de 6.000 judíos de Varsovia rumbo a Treblinka, donde no había sombra de duda que asesinaban a los judíos.
 
Entonces vino el informe de un joven judío, Gabriel Zivian, quien había huido de Riga y podido reunirse con parientes suyos en Suiza. El describió vívidamente lo acaecido a los judíos de Riga, los cuales nueve meses antes había sido sacados de la ciudad, fusilados y enterrados en zanjas, 36.000 de ellos en noviembre y diciembre de 1941 sin que el mundo exterior se enterara. Entre esas víctimas estuvo Simón Dubnov, el famoso historiador del pueblo judío.
Yo escuché la declaración del joven durante ocho horas, en mi oficina, como si fuera un juez instructor.
 
Y entonces nos llegó un informe con sabor a inaudito, de un joven mecánico de Polonia de nombre Isaac Lieber, quien había sido arrestado en Amberes a mediados de julio y deportado rumbo al Este. Era chofer de un joven oficial alemán estacionado en el área de Stalingrado. Ese oficial alemán, quien se sentía hastiado de la guerra y ya había perdido a dos hermanos, había decidido salvar a este judío y lo escondió en un tren de transporte que lo llevó desde el área de Stalingrado hasta la Gare de l Est en París. De allí el joven judío escapó a Suiza.
 
Isaac Lieber informó acerca de sus conversaciones con el oficial alemán a cuyo servicio había estado. Cuando le preguntó enfáticamente sobre la suerte de los que habían sido deportados con él, el oficial le dio la siguiente respuesta: “Los que puedan ser utilizados para trabajar -mayormente en obras de fortificación en el frente oriental-, serán empleados para eso. Los que no sean aptos para trabajar, serán asesinados. Los que no sirvan más para continuar su trabajo, serán asesinados”. Era todo tan simple: toda la tragedia resumida en tres frases. Yo también oí durante horas lo que tenía que decir ese hombre y redacté un protocolo con su declaración.
 
Finalmente recibí una corroboración al respecto -la cual para mí fue de gran importancia- de parte del vicepresidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, Prof. Cari J. BuTckhardt, quien nos confirmó a nosotros, y después al cónsul estadounidense, haber recibido informes de dos diplomáticos alemanes que no dejaban dudas del plan para hacer judenrein (“limpia de judíos”) a Europa.
 
Nosotros presentamos todo este material -un memorándum de unas 30 páginas9 – al ministro estadounidense en Berna, en octubre de 1942. Cuando este material llegó a Washington, en noviembre de 1942 -tres meses después de mi denuncia inicial- Washington lo creyó por fin y permitió la difusión de las noticias. Pero en el entretanto, centenares de miles de judíos habían sido ultimados.
 
Esto llevó finalmente a una declaración de los gobiernos aliados emitida el 17 de diciembre de 1942 en Washington, Londres y Moscú10. Tal declaración se refirió a “informaciones que no dejan lugar para la duda, de que los alemanes están llevando a cabo su intención frecuentemente repetida de aniquilar al pueblo judío en Europa. La cantidad de esos completamente inocentes hombres, mujeres y niños asciende a centenares de miles”. La declaración advertía que los responsables serían castigados.
 
Ya en octubre de 1941 yo había sugerido a nuestra oficina en Nueva York una proposición para la emisión de una declaración semejante.
 
Ahora el mundo sabía. Ahora todos los gobiernos sabían. Ahora había que hacer algo.
 
Instituciones judías del mundo libre organizaron grandes manifestaciones de protesta en Nueva York, Londres y muchas otras ciudades. Presentaron un programa de rescate de doce puntos y exigieron acción al respecto. Bajo esta presión los gobiernos estadounidense y británico convocaron una conferencia en las Bermudas para estudiar el problema.
 
Pasaron meses. La conferencia estuvo rodeada por el mayor secreto. Pero cuando se levantó el secreto se verificó que no se había decidido nada. En realidad, no había sucedido nada en absoluto.
Y con esto llego al problema más difícil.
 
¿Por qué nadie creyó los informes sobre la Solución Final, y por qué no se hizo virtualmente nada al respecto, o se hizo muy poco?
 
1. Nadie estaba preparado para enfrentar semejante situación: la misma no tenía precedentes. Esto demostró la verdadera singularidad de la “Solución Final”. Jamás había sucedido antes que un pueblo entero -hombres, mujeres, niños, bebés, los ancianos y los enfermos- fuesen despachados a la muerte con precisión burocrática.
 
2. Durante la Primera Guerra Mundial se habían denunciado atrocidades que después se comprobó que eran noticias falsas, lo que hizo que esta vez la gente fuese escéptica respecto a la veracidad de estos informes horrendos.
 
3. Una tercera razón fue el secreto absoluto de la “Solución Final”. Himmler, en un discurso que pronunció ante los líderes de la SS en octubre de 1943, dijo que “nunca lo mencionaremos ni quedará traza de ello”. Se inventó a estos efectos un lenguaje especial: “Solución Final”, “reasentamiento”, “tratamiento especial”, todo lo cual no quería decir otra cosa que aniquilación.
 
4. Y también en el campo aliado había antisemitismo. La propaganda nazi en Occidente fue mucho más efectiva de lo que se había presumido comúnmente. En Estados Unidos funcionaban nutridas organizaciones bajo dirección nazi, como el “Bund” alemán. Había propagandistas antisemitas por la radio que generaban odio a los judíos, como el padre Coughlin y Gerald L. K. Smith. La Emboada alemana también desempeñó su parte en la difusión de tal propaganda. La acción en apoyo de los judíos no era popular. Los Estados Unidos anhelaban permanecer fuera de la guerra y estaban inclinados a la neutralidad; y algunos estadounidenses acusaron a Roosevelt de arrojar al país a la guerra en beneficio de los judíos.
 
Se puede detectar nítidamente el antisemitismo en algunos de los actos emprendidos por las autoridades, especialmente el Departamento de Estado. Por ejemplo, en la política seguida en el otorgamiento de visas a los judíos. La cuota fijada para dar visas a los alemanes nunca quedó colmada, pero a los judíos alemanes se les rehusó visa norteamericana. La supresión de mi famoso telegrama de agosto de 1942 constituyó una prueba adicional de tal actitud. En cierto momento, se impartieron instrucciones de no enviar mediante la Legación en Suiza más informaciones procedentes de personas particulares u organizaciones. Esta medida estaba dirigida obviamente contra mí. La intención era aislar a la fuente de información, de modo que causara menor perturbación y no se ejerciera tanta presión sobre las autoridades. Cuando el presidente de Costa Rica presionó por que se ayudara a los judíos en peligro en Europa, el embajador de los Estados Unidos le dijo que “todo eso está basado en versiones de un dirigente judío de Suiza”.
 
Cuando en abril de 1943 presenté proposiciones de rescate en varios países y las telegrafié a Washington, los primeros pasos recién se adoptaron en diciembre.
 
Pero en diciembre algunas de esas proposiciones ya no eran practicables. Al respecto, Roosevelt y Morgenthau habían aceptado el plan hacía meses. Morgenthau y sus colegas del Tesoro desnudaron la acción de sabotaje del Departamento de Estado expidiendo un memorándum sensacional que llevó el título de: “Sobre la aquiescencia de este gobierno en el asesinato de judíos. Esto posibilitó la puesta en práctica de la única acción efectiva de la política de rescate de los judíos, o sea el establecimiento del Consejo del Refugiado de Guerra (“War Refugee Board”).
 
En Inglaterra la situación no era diferente. Prevalecían las políticas antisionistas que siguieron al “Libro Blanco” de 1939. Todo estaba dirigido a impedir la inmigración judía a Palestina. Si se recorren los archivos del “Foreign Office” y del “Colonial Office” del período de la guerra, se recibe frecuentemente la impresión de que los judíos estaban abocados a realizar esfuerzos desesperados para salvar a sus correligionarios, quienes eran “el enemigo” -ellos y no los nazis-. El libro de Bernard Wasserstein sobre la política británica hacia los judíos durante la guerra, está lleno de tales ejemplos11.
 
5. Lo más importante de todo fue que en aquel período los judíos no poseían ningún peso político. Estaban completamente inermes. En la cruda realidad, ellos eran todo lo contrario de lo que Hitler decía que eran. No tenían opción política alguna en la guerra. ¿A quién podían recurrir? ¿A Hitler? En consecuencia, no se los tomó en cuenta.
 
6. Finalmente, aun conociendo los hechos, no se quería creerlos12. De alguna manera, se prefirió hacer a un lado la realidad. Encararse con el mal absoluto era demasiado duro, incluso si alguien sabía lo que estaba sucediendo. A pesar de haber oído de tal tragedia, cada cual confiaba en su corazón que todo el asunto fuera una mera difamación, una fantasía.
 
Quisiera darles dos ejemplos típicos de esto.
 
Cierto día de 1943 -o algo más tarde- recibí una encomienda de la Asociación de Judíos Polacos en EE.UU., desde Nueva York. Se me suministraba las direcciones de 30.000judíos en Polonia y se me pedía que le enviara un paquete de comida a cada uno. Cuando recibí esta encomienda me pregunté si yo había perdido mi raciocinio. ¿Qué estaba sucediendo? La gente que me la había enviado desde Nueva York conocía perfectamente mis informes. Ninguna de las direcciones que me daban era ahora correcta ni válida. Todos los destinatarios habían sido evacuados de sus casas, deportados a los “campos” y a estas horas probablemente la mayoría de ellos ya estaban muertos. Todo esto era de conocimiento de los remitentes. Pero no eran capaces de aceptarlo; algo tenían que hacer. No podían quedarse de brazos cruzados. Por eso reunieron las direcciones y me enviaron paquetes para sus seres queridos…
 
Otro ejemplo: en noviembre de 1942 el movimiento clandestino polaco envió a Occidente a un oficial polaco, Jan Karski, para que explicara al mundo libre qué les estaba sucediendo a los judíos en Polonia. Karski había sido “metido” secretamente en el ghetto de Varsovia durante dos días y, acompañado por dos líderes judíos, había visto con sus propios ojos cómo eran la vida y la muerte en el ghetto. Incluso había visitado secretamente un campo de concentración y presenciado lo que allí sucedía. Cuando llegó a Occidente se entrevistó con muchos prominentes líderes políticos y les informó sobre lo que pasaba en Polonia, sugiriéndoles además qué era lo que debiera hacerse al respecto. Reunióse, entre otros, con el ministro de Relaciones Exteriores del gobierno polaco en el exilio, Edward Raczynski; el ministro británico de Relaciones Exteriores, Anthony Edén; el mismísimo Franklin Delano Roosevelt, Cordell Hull, Stimson. Pero en la mayoría de los casos se le escuchó con incredulidad. Más tarde él comentó, entre otros temas, cómo fue su reunión con Félix Frankfurter, juez de la Suprema Corte de los Estados Unidos y uno de los judíos más respetados del mencionado país. Cuando Karski completó su informe, Frankfurter le respondió: “-No puedo creerlo”. A lo que el polaco repuso: “-¿Ud. insinúa que yo estoy mintiendo?” Frankfurter le contesto: ”-No. Yo no he dicho que Ud. miente. Lo que dije es que no puedo creerlo“. He aquí la diferencia esencial entre saber algo y aceptarlo como realidad. Era una reacción esquizofrénica. La paradoja fue que esta reacción, que implicó consecuencias terribles porque causó inacción, fue quizás el aspecto más positivo de esta tragedia: el hombre se rehusó a convivir con este mal absoluto y esto, en cierto modo, restauró la confianza en el hombre.
 
Poco consuelo
 
Naturalmente que se hicieron muchos intentos para salvar a los que pudieran ser salvados. Yo mismo propuse docenas de acciones de salvamento.
 
La respuesta obtenida fue, en la mayor parte de las ocasiones, que la guerra tenía que ganarse. Esto tenía prioridad absoluta; no podíamos permitirnos disipar nuestro poderío militar. Nunca se hizo claro, por ejemplo, por qué no se bombardearon los rieles ferroviarios que llevaban a Auschwitz ni el homo de gas que allí funcionaba, lo cual yo y muchos otros habíamos pedido. Jaim Weizmann se lo pidió personalmente a Winston Churchill. Churchill estuvo de acuerdo, como también lo estuvo Anthony Edén. Pero nada se hizo. Se nos decía que la cosa era harto difícil, que los aviones caza no operaban a una distancia tan grande. Pero Occidente había alcanzado en el año 1944 absoluta supremacía aérea en Europa, como ahora lo sabemos, y en esa misma época bombardeó las fábricas Buna de la I. G. Farben, en Monowitz, y no una vez sino en muchos operativos ¡a cinco kilómetros de distancia, apenas, de Auschwitz!13
 
Pero eventualmente cosechamos algunos éxitos:
 
1. Diversos acuerdos de intercambio en los cuales judíos fueron llevados a Palestina en canje por alemanes.
 
2. Ciertos aflojamientos de las exigencias legales y de presentación de garantías en lo que respectaba a países neutrales, para inducirlos a recibir más judíos.
 
3. El aflojamiento de los bloqueos económico y de alimentos, en favor de las víctimas del nazismo. Esto fue implementado, en respuesta a las propuestas que presenté en abril de 1943, con la emisión de la primera licencia para derivar con este propósito, de las autoridades norteamericanas, veinticinco mil dólares. Esta primera licencia fue seguida por muchas más.
 
4. La creación de una repartición gubernamental estadounidense especial para ayudar al salvamento de víctimas de Hitler: el “War Refugee Board” (“Junta para el Refugiado de Guerra”). La necesidad de la existencia de este organismo fue sostenida por Morgenthau, quien convenció de ello a Roosevelt en enero de 1944. La misión del “Board” fue, esencialmente, llevar a la práctica las propuestas presentadas por mí y por otras personas para salvar a los judíos. Esta labor cambió apreciablemente la situación, pero fue emprendida demasiado tarde.
 
En el último año de la guerra -de enero de 1944 a mayo de 1945- veinte millones de dólares fueron gastados por organizaciones judías para ayudar a salvar de esta manera víctimas del nazismo, con la ayuda y el apoyo del gobierno de los Estados Unidos. Así fue como se financió un generoso suministro de paquetes de ayuda distribuidos por la Cruz Roja Internacional. Los movimientos clandestinos que actuaban en varios países recibieron ayuda y fueron equipados con armamentos. Se solventó la entrega a decenas de miles de personas de falsos documentos de identidad. Se organizaron transportes de niños a las fronteras suiza y española, protegidos por personal militar. Con la ayuda del “War Refugee Board” fue efectuada la única acción política realmente efectiva para salvar a los judíos húngaros; la misma salvó, al menos, a los judíos de Budapest. También se solventó el soborno de miles de funcionarios nazis individuales para obtener la liberación de muchos miles de judíos. Esto fue realizado en conexión con los operativos Kastner-Saly Mayer-Becher, Sternbuch-Musy, Storch y Masur-Kersten-Himmler. Se alentó con éxito al gobierno de Bulgaria para que resistiera la deportación de los judíos búlgaros. Finalmente, logramos impedir -y éste fue probablemente el mayor logro de todos- la aniquilación total de todos los sobrevivientes en los campos de concentración, al final de la guerra, mediante las negociaciones entre Cari J. Burckhardt, de la Cruz Roja Internacional y Kaltenbrunner,14 y entre el conde Bernadotte, de la Cruz Roja Sueca, e Himmler. Estas negociaciones probablemente salvaron las vidas de centenares de miles.
 
¿Pudo haberse hecho más? Sin duda. No me refiero a si los designios de Hitler hubiesen podido ser frenados cuando la guerra ya había estallado: era demasiado tarde. Pero antes de la guerra sí que hubiese sido posible: en 1933, todavía en 1935 e incluso en 1936, en ocasión de la remilitarización de la Renania. Quizás aún en 1938. Pero una vez que Alemania se lanzó a la guerra, por cierto que ya no era posible salvar las vidas de millones de judíos, pero sí, y con toda probabilidad, las de muchos centenares de miles si se hubiera tenido más energía e imaginación, y se hubieran aplicado método menos convencionales.
 
Lecciones para aprender
 
Nosotros, los judíos, hemos aprendido que el Primer Mandamiento para nosotros es extraer conclusiones del pasado; en otras palabras, no olvidar lo que sucedió. ¡Recuerda! ¡Zajor!, como se manda una y otra vez en la Biblia hebrea. La pérdida de memoria es perder identidad y responsabilidad. La memoria colectiva es la identidad intemporal del pueblo judío a través de las generaciones. Elie Wiesel dijo que “la «falta de memoria» u «olvidar» sería una traición contra nosotros mismos. Si hemos sobrevivido para traicionar a los muertos, mejor hubiera sido no haber sobrevivido”.
 
Nosotros, los judíos, hemos aprendido que nunca hay que desestimar al enemigo, como sí lo hicieron los judíos alemanes en los años treinta. Que nunca hay que suponer que se puede luchar mediante un discurso lógico contra corrientes subterráneas y tendencias encastradas en un pueblo en una situación específica. Nuestro “maldito” optimismo judío -según expresión de Schopenhauer- que en el pasado nos ayudó a luchar contra muchas dificultades y sobrevivir, ya no constituye una inspiración confiable en las brutales luchas por el poder en el siglo veinte.
 
Hemos aprendido que hay que combatir las teorías falsas y las ideologías hostiles, directamente desde que ellas comienzan, y no esperar hasta que las mismas obtengan apoyos poderosos. El rea viva- miento de doctrinas que predican la desigualdad racial es exactamente tan peligroso como el movimiento creciente de los seudoacadémicos que niegan que el Holocausto realmente existió o lo relativizan.
 
Hemos aprendido que ninguna mentira es excesiva como para no ser creída dándose ciertas condiciones políticas y sociales.
 
No hemos olvidado que el mundo entero nos abandonó totalmente en la hora de nuestra mayor necesidad, ni cómo nuestro destino fue entregado fría y sangrientamente por la indiferencia moral y el oportunismo político; ni que, por consiguiente, en el análisis definitivo, no podemos contar con nadie salvo nosotros mismos.
 
Nos hemos transformado íntegramente a nosotros mismos, como resultado directo de las experiencias de la Shoá y de las experiencias del resurgimiento de un Estado judío. Pero todavía estamos viviendo el trauma terrible de la Shoá. Todavía estamos luchando con nosotros mismos y con Dios para comprender el sentido de esta tragedia única: seis millones de hombres, mujeres y niños cuyo único crimen fue pertenecer a la raza judía. ¿Cómo pudo suceder? ¿Por qué sucedió? ¿Dónde estaba Dios cuando sucedió?
 
No hay respuesta judía a estas preguntas. Hay diferentes opiniones, pero ninguna es satisfactoria. En su “Mandamiento 614°” Emil Fackenheim resumió el mejor consenso posible15:
 
“En Auschwitz los judíos fueron traídos para enfrentarse cara a cara con el mal absoluto. Estaban, y todavía están, singularizados por ello, pero en el medio de ello escucharon un mandamiento absoluto: Está prohibido a los judíos acordar victorias póstumas a Hitler. Se les ordena sobrevivir como judíos, para que el pueblo no perezca. Se les ordena recordar a las víctimas de Auschwitz, para que el recuerdo de ellas no se extinga. Se les prohíbe desesperar del hombre y de su mundo, ni huir a los brazos del cinismo o del misticismo que reniega de este mundo, puesto que de otra manera cooperarán en la entrega del mundo a las fuerzas de Auschwitz. Finalmente, se les prohíbe desesperanzarse del Dios de Israel, para que el judaísmo no perezca.
 
Los cristianos tienen que reflexionar sobre cómo fue posible que el mundo se hizo a un lado y contempló esta catástrofe sin precedentes sin adoptar un accionar decisivo. Cómo pudo ser posible que los reflejos éticos y morales simplemente no funcionaron. Cómo fue posible que los centenares, en realidad miles, que participaron en este proceso, salvo pocas excepciones cooperaron sin protestar o meramente miraron hacia otro lado, haciéndose a sí mismos culpables por omisión y silencio.
 
Los cristianos tienen que considerar cómo fue posible que no se adoptó ninguna posición pública u oficial por parte de los organismos directivos de las iglesias católica o protestante, ante el Pogromo de Noviembre de 1938, las deportaciones y la política de exterminio. Y por qué el criticar esas atrocidades quedó en manos de valientes ministros individuales de las iglesias.
 
Los cristianos deberían cavilar cómo fue posible que incluso en las protestas más valientes y bellas contra el nazismo que fueron conducidas por las iglesias -la declaración de Barmen del Sínodo de la Iglesia Confesante en mayo de 1934, e incluso la declaración de Stuttgart del Consejo de Iglesias Evangélicas del 19 de octubre de 1945, la así llamada confesión de culpabilidad- no se dijo ni una palabra sobre los judíos. Los cristianos deben considerar con equidad cómo fue posible que incluso en los círculos de la oposición cristiana alemana, estuvo en debate un estatuto especial de los judíos para el período de postguerra.
 
¿Cómo pudo suceder que los mandamientos “amar al vecino como a uno mismo” y “yo soy el custodio de mi hermano” perdieron completamente su significado si se trataba de ser aplicados a los semejantes que eran judíos?
 
Los cristianos deben reflexionar seriamente sobre cómo la teología cristiana a través de los siglos, de Crisòstomo a Lutero y de Stocker hasta la actualidad, ha contribuido a la demonización de los judíos y a la imagen del judío eternamente errante bajo una maldición. Los cristianos deben abocarse a una seria meditación sobre cómo la confusión en el antijudaísmo teológico durante los siglos, se tornó en el desprecio brutal e inhumano a los judíos. Puesto que, por más no- cristiano que fue en esencia el nacional socialismo, jamás hubiera podido ejecutar con eficacia su programa antijudío sin un medio ambiente propicio.
 
La nueva teología cristiana concerniente a los judíos y el judaísmo, como ha sido definida, en particular en la declaración emitida por la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias en Nueva Delhi en 1961, en los documentos del Concilio Vaticano II y de la Comisión de la Santa Sede concerniente a los judíos, y en las Consideraciones Ecuménicas del Consejo Mundial de Iglesias de 1982, es el comienzo de la respuesta a esos interrogantes. El hecho de que yo esté aquí es un signo de que pondero con seriedad estos esfuerzos. Pero todavía estamos en el principio de esta nueva aurora; y la nueva teología es todavía, en muchos aspectos, preocupación de apenas una reducida élite intelectual que necesita de la colaboración de todos si queremos que se convierta en una realidad cotidiana. Las masas que integran nuestras respectivas comunidades todavía tienen que enterarse de la importancia que esto tiene.
 
Todos nosotros, sin embargo, tenemos que abocarnos al conocimiento y análisis de las condiciones específicas en lo político, económico y social bajo cuyo manto Hitler ascendió al poder. Si bien la historia generalmente no tiende a repetirse a sí misma, tendríamos que estar enterados del hecho de que sin una crisis triple, los nazis jamás hubieran llegado al poder: una crisis nacional, engendrada por el resentimiento contra las cláusulas del Tratado de Versailles, que eran consideradas injustas; una crisis económica, causada por la Gran Depresión de 1929, que produjo en Alemania más de siete millones de desempleados; y una crisis social de profundas dimensiones, generada por la revuelta de las masas empobrecidas de clase media que luchaban desesperadamente contra su proletarización. La combinación de estos tres factores fue responsable del ascenso de Hitler al poder. Y solamente si se reconocen esas causas, es posible proteger al mundo de una recaída en un estado de cosas similar.
 
La respuesta política a las atrocidades nazis, por parte de los pueblos del mundo, fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos y varias Convenciones de Derechos Humanos patrocinadas por las Naciones Unidas con el propósito de asegurar para todos derechos políticos, económicos y sociales, incluyendo derechos religiosos. Sólo cabe tener confianza de que en un mundo en el cual parecen haberse retrotraído las grandes tensiones políticas de las últimas décadas, haciendo así lugar para una más estrecha cooperación internacional a través de todas las fronteras, esta protección general de los derechos humanos será fortalecida y cumplida con mayor efectividad.
 
Quizás sea este el tiempo, en esta nueva atmósfera, que en el momento en que rememoramos a las víctimas volvamos a esas ideas y sueños que todos nosotros tuvimos y compartimos en aquellos días de liberación a través de todas las fronteras en esa Gran Alianza, y que los renovemos en nuestro esfuerzo conjunto.
 
Ciertamente, arribar a semejante objetivo está lejos de ser fácil. Depende, por sobre todo, de nuestra voluntad y resolución.
 
En este contexto, me agradaría concluir estas reflexiones con las palabras de un poeta que fue de los sobrevivientes, puesto que resuena como un legado:
 
De todas las maravillas, la mayor.
Es, ciertamente, el milagro de la vida.
Y que la muerte nos lleve.
Sólo cuando flaquee la fuerza de voluntad.
Hermann Adler16.
 
Notas
 
* “Pogromo” es la forma adoptada por la Real Academia de la Lengua Española para el vocablo “pogrom”, “matanza y robo de gente indefensa por una multitud enardecida; en especial, asalto a las juderías con matanza de habitantes suyos”. P.O.
1 Los detalles que siguen están basados en el informe presentado por Heinz Lauber, Juden-Pogrom: “Reichkristallnacht” November 1938 in Grosadeutschland (Geriingen 1981), pág. 123 y siguientes.
** Ver “Historia de la Noche de Cristal” por Hardi Swarscnsky, Colección “Hechos de la Historia Judía” de la Biblioteca Popular Judía del Congreso Judío Latinoamericano.
*** Ver “La extraña historia de Herschel Grynszpan” por Michael Marrus, en el N°19 de “Coloquio”.
2 Lauber, pág. 78.
3 Lauber, pág. 80.
4 Lauber, pág. 83.
5 Lauber, págs. 87-8.
6 El Memorándum está reproducido en Pie XII et le III Reich, de Saul Friedlander (París 1964), pág. 104 y sigs., y Vatican Diplomacy and the Jews during the Holocaust 1939-1943 (Nueva York 1980), pág. 212 y sigs.
7 Los acontecimientos a los que se hace referencia, han sido descriptos en muchas publicaciones; por primera vez en los diarios del secretario del Tesoro, Henry Morgenthau Jr. en Collier´s Magazine, especialmente en la edición correspondiente al Ia de noviembre de 1947. Compárese, entre otras fuentes, con Challenging Years, de Stephen S. Wise (Nueva York 1949), pág. 274 y sigs.; From the Morgenthau Diaries, Years of War 1914-1945, de John Morton Blum (Boston 1967), pág. 207 y sigs.; While Six Million Died, de Arthur D. Morse (Nueva York 1967), pág. 3 y sigs.; The Terrible Secret, de Walter Laqueur (Londres 1980), pág. 77 y sigs.; The Abandonment of the Jews, de David S. Wyman (Nueva York 1984), pág. 42 y sigs.; Breaking the Silence, de Walter Laqueur y Richard Breitman (Nueva York 1986), especialmente en la pág. 143 y sigs.
8 Acerca de esto ver A Warning to the World. The efforts of the World Jewish Congress to mobilize the Christian Churches against the fined solution, de Gerhart M. Riegner (Cincinatti 1983), pág. 7 y las Notas.
9 Ver el Memorándum en el archivo del Congreso Judío Mundial en Ginebra. Los originales pueden ser examinados en los Archivos del Departamento de Estado de EE.UU. Ver Breitman en Laqueur, pág. 273.
10 La Declaración fue emitida por los gobiernos de Bélgica, Checoeslovaquia, Grecia, Luxcmburgo, Holanda, Noruega, Polonia, EE.UU., la U.R.S.S., el Reino Unido, Yugoeslavia y el Comité Nacional Francés (Francia Libre).
11 Ver Britain and the Jews of Europe 1939-1945, de Bernard Wasserstein (Londres y Oxford, 1979).
12 Este aspecto fue repetidamente subrayado y documentado por Walter Laqueur en su libro The Terrible Secret: an Investigation into the Suppression of Information about Hitler´s Final Solution (Londres 1980).
13 Ver “Why Auschwitz was never bombed” de David S. Wyman en Commentary, mayo de 1978, pág. 37; también ver The Abandonment of the Jews, asimismo de Wyman (Nueva York 1984), capítulo 15, pág. 288 y sigs.
14 Para esto ver, en particular, The Jews Wert Expendable, de Monty Noam Ponkower (Chicago 1983), pág. 230 y sigs.
15 Ver “Jewish faith and the Holocaust: a fragment”, de Emil Fackenheim, en The Jewish Thought of Emit Fackenheim (Detroit 1987), pág. 166.
16 Hermann Adler, dedicación manuscrita en Fieberworte von Verdammnis und Erlosung (Basilca 1948).