El choque de cosmovisiones
Introducción
El conflicto global actual se asemeja
mucho a lo que Samuel Huntington profetizó en 1993 en la revista
Foreign Affairs, ocho años antes de los atentados del 11 de
septiembre de 2001. No se trata, sin embargo, de un auténtico choque
de civilizaciones, sino de un conflicto entre concepciones opuestas
acerca de lo que debe ser la relación entre el individuo, el Estado,
y el ámbito de lo cultural y lo religiosoEs un colosal choque de cosmovisiones
que se produce en dos niveles diferentes: en el interior de
Occidente, por una parte, y entre el Occidente liberal-secular y el
extremismo islámico, por la otra. Como es un conflicto entre valores
no negociables, sus consecuencias son más peligrosas que las que
provienen de intereses geoestratégicos y económicos divergentes.
Fundamentos del neomodernismo
Para entrar en materia debemos comenzar
por la dimensión intra-occidental del choque, que puede formalizarse
en la siguiente díada de proposiciones contrapuestas:
“Si todos los seres humanos poseen un
mismo conjunto de derechos emanados de su condición de individuos,
entonces todas las culturas no son moralmente equivalentes, porque
hay culturas que no reconocen, ni siquiera en principio, la vigencia
de tales derechos” (en adelante Proposición A).
“Si por el contrario, todas las
culturas son moralmente equivalentes, entonces todos los individuos
no están dotados de los mismos derechos humanos, porque hay culturas
que adjudican a algunos hombres más derechos que a otros hombres y
mujeres” (Proposición B).
Los intelectuales adeptos a la
corrección política convencional prefieren optar por el camino
fácil, afirmando simultáneamente que todos poseemos los mismos
derechos y que todas las culturas son moralmente equivalentes. Sin
embargo, basta con detenernos un instante en este lugar común de
gente culta para comprender que las dos proposiciones son
contradictorias.
Las díadas de la destrucción
Díadas de enunciados como estos sintetizan una cosmovisión y su conflicto con una concepción
opuesta. La que antecede encapsula la tensión lógica entre dos
grandes axiomas, ambos de origen occidental, acerca de cuál es el
sujeto de derecho que debe prevalecer como razón-de-ser del orden
político: el individuo o las macro-culturas de raigambre histórica
que interactúan en el mundo. El primer enunciado es universalista,
individualista y liberal, mientras que el segundo se ancla en el
relativismo cultural. El primero tiene su origen en la Ilustración y
es característico de la modernidad. El segundo representa el
espíritu postmoderno del multiculturalismo, que postula la
equivalencia moral entre todas las culturas, aunque sus contenidos
axiomáticos a veces se traduzcan en la lapidación de mujeres
acusadas de adulterio.
Existen escasas alternativas lógicas a
estas dos posturas. No suman más de siete y todas están
potencialmente en conflicto entre sí. El universalismo puede ser
individualista y liberal, como en el caso de la Proposición A, o
colectivista e historicista. En el mundo real, el principal exponente
de un universalismo historicista fue el marxismo, que perdió parte
de su relevancia política con el colapso de la URSS. Es una doctrina
que otorga prioridad a la dialéctica que presuntamente permitirá
alcanzar su utopía igualitaria, sacrificando en el camino la
libertad y otros derechos individuales. Enfrentada a la Proposición
A, engendró la siguiente díada de conflicto ideológico:
“Si la dialéctica histórica conduce
a una lucha de clases que inexorablemente desemboca en la sociedad
sin clases (que no es sino el objetivo humanista supremo), entonces
los derechos individuales deben subordinarse a los intereses del
proletariado, para así alcanzar el Punto Omega de la justicia
distributiva” (Proposición M o Marxista).
“Si por el contrario, todos los
hombres y mujeres poseen los mismos derechos esenciales, entonces un
orden totalitario que pretenda anular estos derechos debe ser
combatido, aunque se escude en fantasiosas leyes historicistas que
supuestamente conducen a un paraíso social de la mano de la
revolución” (Proposición A-2).
Esta díada de conflicto entre dos
universalismos opuestos fue la fuente de la Guerra Fría. Aunque ya
no es un motor de la historia, es útil recordar que el mundo estuvo
a punto de estallar en una guerra nuclear apocalíptica para resolver
la tensión entre un universalismo liberal y otro historicista.
Cuando se contraponen en la primera línea de la competencia por el
poder mundial, el conflicto inherente a estas díadas puede conducir
al holocausto supremo.
Complementariamente a estas
concepciones universalistas, pero opuestas entre sí, existe un
conjunto de cuatro concepciones jerárquicas y particularistas (o
supremaciítas). Están basadas en la supuesta superioridad de un
segmento del género humano sobre los demás. Diversas cualidades han
sido usadas para justificar primacías:
1) La pertenencia a una raza o pueblo
'superior',
2) Una fe revelada,
3) La portación de un sexo, y
4) La adscripción a un estamento
social.
De estos cuatro principios
particularistas, sólo uno compite por la supremacía en la
actualidad. El racismo y el elitismo han sido eliminados como
opciones ideológicas falsas por la historia de los últimos dos
siglos, mientras que el sexismo sólo sobrevive como opción válida
para algunas culturas en conjunción con las aspiraciones hegemónicas
de un fundamentalismo religioso: el islámico. La dimensión
ideológica de toda la historia del conflicto humano puede reducirse
a estas siete grandes proposiciones trascendentes, que se derivan de
tres grandes principios generativos: universalista, supremaciíta y
relativista
Por otra parte, todas las doctrinas
derivadas de postulados particularistas son absolutistas. En términos
lógicos están opuestas tanto a la concepción relativista de la
Proposición B como a las dos doctrinas universalistas que
compitieron durante la Guerra Fría. Cuando las partes comprometidas
en un conflicto por el poder mundial conforman una díada en que un
axioma supremacía se enfrenta a uno universalista, nos encontramos
frente a una conflagración potencial devastadora. La Segunda Guerra
Mundial fue el resultado de la siguiente díada:
“Si existe una raza de señores,
entonces todos los individuos no poseen los mismos derechos
esenciales, porque los miembros de la raza superior deberán señorear
sobre la humanidad entera en virtud de su adscripción étnica”
(Proposición N o nazi).
“Si por el contrario, todos los
individuos poseen los mismos derechos esenciales, no existe tal cosa
como una raza de señores, porque el señorío de cada individuo
dependerá de su capacidad, patrimonio y atributos personales”
(Proposición A-3).
Fue necesario sacrificar sesenta
millones de vidas humanas para zanjar la disputa entre este enunciado
particularista y su contraparte universalista, eliminando así la
perversa utopía nazi.
El actual choque entre el extremismo
islámico y el Occidente liberal y secular deriva de una díada de
características similares:
“Si el Corán es la única Escritura
revelada y el medio al que acudió Dios para legislar sobre los
asuntos humanos, entonces Alá debe gobernar sobre los hombres, los
fieles señorear sobre los infieles y los varones regir sobre las
mujeres. Todo orden alternativo subvierte el mandato divino y debe
ser oportunamente derrocado” (Proposición I o islamista).
“Si, por el contrario, todos los
individuos están dotados de unos mismos derechos esenciales que
incluyen la libertad religiosa y la igualdad ante la ley, entonces
toda doctrina que apele a métodos violentos para imponer el
predominio de una fuente religiosa y una jerarquía teocrática es
intrínsecamente perversa y debe ser reprimida” (Proposición A-4).
Por supuesto que el primer enunciado no
es atribuible a la totalidad de los musulmanes sino sólo al
minoritario segmento extremista. Pero por su capacidad de
intimidación, es éste el que tiene la iniciativa en estos tiempos.
Aunque en el pasado el cristianismo
aportó sus propias versiones de la Proposición I, éstas han
perdido vigencia desde los tiempos de las guerras religiosas entre
católicos y protestantes. Pero el fundamentalismo fanático tiene
plena actualidad en poderosos segmentos del islam chiíta y
wahhabita, que cuentan con incalculables fortunas provenientes del
petróleo iraní y saudí para financiar el terrorismo del Hamas en
Israel, el embate violento del Hezbollah en el Líbano y las madrasas
que adoctrinan a la población musulmana de Europa.
Conclusiones
Por cierto, la díada de axiomas
contrapuestos que hoy empaña a la política mundial es más grave
que las anteriores por tres motivos:
1) Responde a un ámbito no negociable;
2) A diferencia de la Segunda Guerra
Mundial, que se desencadenó antes de la invención de la bomba
atómica, se presenta en una era de proliferación de armas de
destrucción masiva, y
3) Viene acompañado del conflicto que,
en el interior de Occidente, libra el relativismo contra el
universalismo liberal.
En verdad, hoy los cultores de la
relativista Proposición B son aliados tácticos del extremismo
islámico, a pesar de que estratégicamente son enemigos de todos los
axiomas particularistas. Obsérvese que nada hay tan radicalmente
igualitario como la Proposición B, que a fuer de relativista a todo
lo iguala. Y nada hay tan absolutista como la Proposición I, que
pretende imponerle al mundo un orden teocrático. Sin embargo, en la
actualidad se plasma una alianza implícita entre ellas.
En suma, Occidente padece de una suerte
de síndrome de inmunodeficiencia cultural adquirida. Si a esto se
agrega la amenaza de las armas de destrucción masiva, las
perspectivas de la especie humana en su conjunto no son buenas.
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