Coloquio

Edición Nº30 - Mayo 2015

Ed. Nº30: Cambios y continuidades en América Latina

Por Maximiliano Campos Ríos

América Latina dejó de ser impredecible, al menos en materia política, donde la mayoría de los Estados mantienen una constante de gobierno, pese a los cambios de presidente. Brasil, Uruguay, Colombia, Venezuela, Bolivia y Argentina son gobernados por el mismo partido, incluso por la misma persona como es el caso de Bolivia, desde hace más de 10 años. Este ciclo, se refuerza incluso, con la vuelta al poder del PRI en México, y del Partido Colorado en Paraguay, partidos y países que saben de “continuidades”.

Ahora bien, veamos más de cerca y con un análisis pormenorizado. Es menester empezar con Brasil, que marca tendencia. Dilma Rousseff comenzó su segundo mandato, sucediendo a Lula, su principal impulsor para el cargo, y manteniendo el PT el rumbo del país por 12 años. En ese sentido, el Frente Amplio, inició hace poco su 11° año consecutivo a cargo del Poder Ejecutivo uruguayo, y culminará con quince años ininterrumpidos de gobierno, cuando Tabaré Vázquez concluya su segundo mandato. En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner concluirá su segundo mandato, luego de cuatro años del gobierno de su marido, Néstor Kirchner, totalizando un total de 12 años a cargo de la presidencia. En Colombia, Juan Manuel Santos, fue el sucesor de Álvaro Uribe, quién luego lo enfrentó con otro candidato propio en las elecciones de 2014. 
 
Venezuela y Bolivia son dos casos paradigmáticos de esta misma constante. En el primero, Chávez designó como sucesor a Nicolás Maduro, quién luego derrotó a Enrique Capriles en 2013, continuando así, más de 14 años de gobierno chavista. Bolivia es gobernada por Evo Morales desde 2005, año en que ascendió a la presidencia, en la que fue reelecto dos veces. En 2020 cuando concluya su tercer mandato, habrá cumplido 14 años en el poder. 
 
 
Brasil: Lula y Dilma al gobierno el PT al poder
 
Dilma asumió el gobierno en Enero de 2011 anunciando la continuidad del rumbo que su antecesor, Lula, había fijado para Brasil. En gran medida, Dilma logró continuar las principales políticas de su mentor, pero, y como bien aclaró al momento de asumir su primer mandato, su idea era “dar continuidad al gobierno del presidente Lula, pero no es repetir“. Repetir, implica no reparar, corregir o reformular aquellos programas y políticas que así lo requieran. 
 
La propia Dilma, entendía que su gobierno debía profundizar y avanzar en la mirada social, que Lula le dio al gobierno y a la gestión de la cual Dilma formó parte. Brasil se convirtió durante la presidencia de Lula, en unas de las economías emergentes más importantes del mundo, junto con China, India y Rusia. El desafío de Dilma era mayúsculo, y Dilma logró, al menos durante sus primeros cuatro años, mantener cierto nivel de crecimiento y sostener el modelo de gobierno. 
 
Las diferencias siempre son notorias en un gobierno ejercido por dos presidentes, a pesar de ser del mismo signo político. Una Dilma más dura y no tan permisiva, como la que ejerce la presidencia actualmente, se diferencia de la Dilma más técnica que fue Jefa de Gabinete (Jefa de la Casa Civil) durante el gobierno de Lula. A la actual mandataria, y en un acto de firmeza que la diferenció de su antecesor, no le tembló el pulso para despedir a siete de sus ministros por diferentes denuncias y casos de corrupción, entre ellos el “mensalão” y la Copa del Mundo. 
 
El estilo de ambos mandatarios ha marcado el signo del gobierno. Mientras Lula era un presidente de carácter popular y con cercanía a las bases, Dilma tiene un carácter técnico que la acerca a la gestión y le imprime un sello diferente a su gobierno. Dilma intentó consolidar el proyecto de Lula, pero moderando las relaciones políticas y sobre todo económicas, que le permitan consolidarse en la clase media, la que más la castigó, sobre todo, durante la Copa del Mundo de 2014. Pese a estos traspiés, Dilma logró contener la base social del gobierno y asegurar su reelección, en la una elección mucho más ajustada que las anteriores. 
 
En contraste, quizá uno de los pocos temas en los que Dilma hizo cambios importantes, fue en materia de política exterior, ya que la presidente remarcó que su gobierno defendería los derechos humanos, la igualdad y la libertad, en cualquier parte del mundo, no solo en su país. Este cambio de rumbo, terminó con los acuerdos que Lula tenía con regímenes como el iraní y acercó a Dilma a las grandes potencias del mundo, incluso permitió que Brasil se convirtiera en el eje de América Latina, para los países de Europa o Estados Unidos, quienes han resaltado los cambios de Dilma en la materia. 
 
Al momento de asumir, algunos analistas remarcaron con fuerza la idea de que “sale el gobierno del corazón, y entra el gobierno de la planificación”, lo que permite definir de forma cabal el proceso político brasileño entre Lula y Dilma. 
 
 
Uruguay y Colombia: cambios y continuidades.
 
Ambos países, al igual que Brasil, mantuvieron al mismo partido a cargo de la presidencia, pero con procesos disímiles.
 
En Uruguay, el Frente Amplio mantuvo el poder del gobierno, pasando de Tabaré a Mujica, y luego de vuelta a Tabaré. El principal rasgo, es la diferencia de estilo entre ambos: Tabaré un médico de Montevideo que logró derrotar años de bipartidismo con un perfil político propio de otras latitudes, contra el perfil campechano, humilde y popular de Mujica, que lo acompañó incluso durante su presidencia. 
 
Al asumir Mujica, este se comprometió a mantener las principales políticas públicas que Tabaré venia implementando. El nuevo gobierno, “la revolución plebeya” como la llamaron los analistas, mantuvo en gran medida el rumbo de Tabaré. Incluso designó como compañero de fórmula al ministro de economía uruguayo, Danilo Astori, lo que fijó el mantenimiento de la política macroeconómica de Uruguay, que se tradujo en un crecimiento significativo, incluso en materia de desarrollo interno. 
 
Mujica profundizó el modelo del Frente Amplio, e incluso avanzó en políticas que el propio Tabaré, volvió para atrás al reasumir el gobierno: el caso más paradigmático es la legalización de la marihuana. Mujica dio el visto bueno para avanzar en materia de libertades individuales e igualdad de derechos y promovió el matrimonio entre personas del mismo sexo, y la ley que habilita el aborto por voluntad de la mujer (algo semejante había vetado el propio Tabaré en su primer mandato). 
 
El estilo de ambos presidentes, es lo que marca las principales rupturas. Los errores sucesivos en materia de política exterior, sobre todo la verborragia de Mujica, son la principal cuestión que Tabaré deberá atacar, para retornar a la política exterior de su primer gobierno. Pese a esto, Tabaré anunció el sostenimiento de las principales política públicas, sobre todo aquellas de carácter social, lo que da cuenta de que la continuidad en Uruguay no ha sufrido demasiados sobresaltos. 
 
Colombia en cambio es muchos más compleja. El presidente Santos, reelecto el año pasado, asumió su segundo mandato alejado de Uribe, quién lo llevo a la presidencia en 2010. Al asumir, Santos se comprometió en mantener la política de seguridad democrática, iniciada por su antecesor, pero también a mantener la política en relación a las FARC y a las relaciones bilaterales con Estados Unidos. 
 
Sin embargo, y luego de asumir, Santos tomó un rumbo distinto, al retomar la agenda bilateral con Venezuela, todavía bajo el gobierno de Chávez, algo que su antecesor rechazó de manera pública. Por otro lado, retomó las negociaciones con las FARC y comenzar el diálogo de paz, y resolvió girar su gobierno hacia una agenda social que le permita generar más empleo y producir un proceso de inclusión social. Esto marcó el fin de la relación entre ambos presidentes, lo que llevó a que Uribe lo enfrente en las elecciones de 2014 de la mano de Óscar Iván Zuluaga. Este logró imponerse en la primera vuelta, pero cayó contra Santos en segunda. 
 
 
Venezuela: la continuidad de la continuidad. 
 
Nicolás Maduro representa actualmente la continuidad de Hugo Chávez, aunque por otras vías. Al asumir Hugo Chávez en1999, Venezuela cambió el rumbo de su economía y su política. El nuevo gobierno intentó desarrollar una política de inclusión y redistribución, que logró mantenerse durante todo el periodo de Chávez, quien falleció en el cargo en 2013, gracias en gran medida a los beneficios del petróleo. Chávez designó como su vicepresidente a Nicolás Maduro, su ex Ministro de Relaciones Exteriores en 2012, quién lo sucedió en el cargo durante su enfermedad. 
 
Al morir Chávez y al asumir el control total del gobierno, Maduro mantuvo el rumbo del gobierno, incluso más allá de lo deseado. Con grandes problemas económicos, con una fuerte polarización de la oposición y con grandes déficit en materia de política económica y social, impulsados por la fuerte caída del precio del petróleo a nivel internacional, el gobierno de Maduro se empecinó en seguir por la senda fijada por Chávez, a quién incluso convierten en un guía espiritual del país. 
 
Anta la falta de un cambio que permita mejorar las principales políticas del gobierno venezolano, Maduro enfrenta los problemas de una crisis económica que se profundiza por la caída del precio del petróleo, la ausencia de rumbo en materia de política exterior y las demandas sociales que se acumulan. Su continuidad ciega del modelo chavista, no incluyó la preparación de cuadros para esta situación e incluso afecto la libertades individuales, al apresar a líderes de la oposición, lo que lo alejo aún más de las principales potencias internacionales.
 
La continuidad del rumbo de gobierno ha llevado a Venezuela a una situación de crisis que solo podría ser sorteada por el cambio del gobierno, o al menos por una reformulación de los principales pilares de la economía venezolana. 
 
 
Argentina, matrimonio presidencial. 
 
Cristina Fernández de Kirchner, asumió el gobierno que su marido dejó en Diciembre de 2007. En 2011 fue reelecta para el cargo, ya con su marido fallecido el año anterior. El gobierno argentino ha mantenido el rumbo del gobierno, al que los propios kirchneristas apodan “el modelo”, más allá de lo imaginado, desde 2003 hasta el día de hoy, superando en tiempo los 3 mandatos de Juan Domingo Perón, o los dos de Carlos Saúl Menem.
 
A diferencia de Brasil o Uruguay, CFK no se ha mostrado permeable a las críticas, o a la necesidad de reformular algunos temas sensibles. A diferencia de Dilma, CFK mantuvo en el cargo a la mayoría de los funcionarios que heredó de su marido, que actualmente revisten algún tipo de cargo en el gobierno, salvo excepciones que han abandonado el partido de gobierno por propia voluntad. 
 
En materia de política económica la presidenta mantiene el rumbo, aun cuando los ex ministros de economía del gobierno de su marido, sostienen la necesidad de cambios o reformulación de acuerdo a los nuevos tiempos internacionales. La misma línea mantiene en materia de derechos humanos y políticas de inclusión social. La actual mandataria ha sancionado leyes importantes en materia de igualación de derechos sociales y profundización del modelo de inclusión social, que permitieron mejorar sensiblemente los índices sociales. 
 
El estilo de ambos presidentes marca la línea de diferenciación, al estilo más humilde y político, contra el estilo más frontal de su esposa, que incluso la opuso a los líderes sindicales, economistas y aliados políticos que acompañaron a su marido en la primera presidencia “kirchnerista” de Argentina. 
 
La continuidad parece estar asegurada y ni el gobierno, ni CFK planean cambios políticos de fondo. La continuidad en los cambios iniciados por su marido representa todo un estilo político, y un rumbo de gobierno que el sucesor de ambos deberá repensar e incluso reformular para lograr evitar una crisis profunda. 
 
 
La continuidad como cambio
 
Los estilos de cada presidente parecen ser el único cambio posible en materia política en América Latina, especialmente en aquellos países donde los partidos que han logrado desarrollar cambios importantes en materia política, económica y social y tienen asegurada la continuidad a cargo del ejecutivo. La constante para ser el cambio, que la región se encamine a cambios menores, con gobiernos que mantienen políticas públicas de fondo, y que no sufren colapsos ni crisis terminales que obliguen a reformular todo lo hecho. 
 
En gran medida esta situación tiene algún atractivo. En los países son instituciones fuertes y procesos de democratización extendido y consolidado, el cambio de gobierno no significa un cambio de rumbo, sino que como sucede en Chile, cada gobierno mejora en función de lo que su antecesor realizó y no cambia por completo el rumbo del país, menos todavía su matriz económica, o su inserción en el mercado internacional. 
 
Mantener un cúmulo de políticas públicas básicas como la base del Estado, más allá de un gobierno, parece ser la clave del éxito, y es, sin dudas, la meta que todos los gobiernos buscan alcanzar. Los casos analizados permiten pensar en que futuros gobiernos podrán mantener gran parte de las políticas implementadas, solo realizando cambios de coyuntura o aquellos ligados al estilo de cada de nuevo presidente, asegurando la estabilidad, pero sobre todo, fortaleciendo la institucionalidad del país.